Es inútil querer ser la elección de las masas cuando no puedes ni elegir a ti mismo. En esta basta cancha de gritos logro aquietar el deseo de hacerlo lo que no es debido, de lanzarme de nuevo al vacío y soltar las ganas y las hadas y los cuentos y las hormigas que viajan por la senda blanca de mi espalda.
No digo que no pueda, es sólo que ya no quiero. Daría hasta los pies por ser feliz y dejarme ya de matar pájaros que vuelan alrededor de esta insensata necesidad de un verbo. Es sólo que esta limpieza diaria a la que me debo exponer no está del todo garantizada a funcionar, tratar no es suficiente y mi carne ya está cansada de no sentir.
No puedo de un sólo giro componer lo que está mal, tengo la opción de empeorar y arrullar los intrépidos arrebatos de un ser sin agrado; también está la propuesta de quedarme estática y entumida ante la situación que se relata tras los párrafos inexistentes del mundo paralelo en el que me gusta vivir. Ahora bien, se puede asumir que puedo mejorar pero no sé si quiera o esté lista a dar ese paso en mi vivir. Me da miedo el avance y me frustra el pelearlo hasta morir, me aterroriza la idea de un cambio lo suficientemente fuerte que conlleve un punto negro en mi cerebro lleno de arañas tejedoras de gris con acabado mate.
La falta de avidez me mueve las manos hacia el tecleo constante de puertas a mundos raros con cara de bichos o catarinas falsas que se convierten en libélulas. Me mueve a donde no sé cómo caminar pero no me impulsa a lograr o crear, que es lo que siempre trato de hacer contundente cuando me paro en el centro de mi mundo lila con todos rosas azulado. Pues entonces, ¿a dónde iré a caer en un mundo no tan paralelo pero sí más palpable, más real?
Me atemoriza, me impacta... No quiero, sí quiero...
Estática, me quedo estática.
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