La historia de Ruth

Con la boca llena de mentiras que no se cansan de recordarle que no, que esta no es vida.

Regresa a su casa unas cuantas horas después, sentada en la humedad de su cama que para entonces se encontraba del lado derecho de la deshabitada sala en la que vivía desde hace ya seis meses y medio.

¿Cómo vivir con la mente pausada y retrasada de la realidad? ¿Cómo saber ya lo que es verdad si toda ella es una mentira?

Que insoportables son los sonidos agudos del agua que cae del lavabo a cautela, como si quisiera perforar su cerebro o lanzarlo a la hoguera.

Desnudo, su cuerpo desnudo ahí recostado sobre la nada. Tan sobrio que lastima. Tan sin nada que no hay prisa. ¿Para qué? Si todo lo que hay en su aparente mundo no existe en el otro.

Dos mundos y la ceniza roja en el cigarro se consume. Dos mundos donde el fúnebre olor a tabaco le quema la vida.

No hay salida, pues de dónde se encuentra el escape a la falacia que se ha creado.

Pechos incróspitos robados de tranquilidad por la espesura del aire. Tan austeros en su ambiente que no están ahí, siguen en la cama del extraño entre las lenguas venenosas de la puta vida... Han huído hasta de ella.

Y aún así, después de tanto se vive en mentira, con este algo que quebranta pieles enfermas de saliva.

[No trato de recordarte lo que eres pues ni tú lo sabes, sólo trato de hacerte saber, Ruth, que te estás perdiendo, que no estás, que te vas. Rescátate ya que puedes porque nadie más lo hará.]

¿Por qué probar el chocolate amargo de sus labios? ¿Por qué no huir y preferir llorarlo? Ese es el génesis de la falsedad que la agobia, que le quita el sueño, que le arranca el alma y le incinera la vida.

Mujer inexistente, mujer labrada en aire con polvo de hada negra que vive en todo con el alma llena de nada. Mujer vacía con la mirada honda, tan onda que cala en la sien. Mujer vacua que embiste con la mirada; ojos, rebotantes espejos que de nuevo la matan. Esa mujer ataca con la mirada, esa mujer tiene los ojos violentamente cafés.