Doce con cuarenta y tres minutos,
la cama fría y el cigarro
número tres de la hora encendido.
Séptimo café de la noche...
Primera soledad del mes.
Se sentía desde hace ya cuatro horas
que se le iban a entumir los huesos
y la mueca gris de la que tanto escapaba.
Y aún así no paraba.
Había algo seco en el ambiente
que la llamaba a quedarse como
medio muerta en la ventana.
No se sabía que era,
si las telarañas de azúcar dura en el café
o lo nocturno que había en su cigarro.
En la cabeza no le dejaba de zumbar
una mosca que tenía adentro,
un zumbido lento y pesado.
Novena vez que sus cabellos tocaban la almohada.
.
.
.
Nada.
.
.
.
Tic, tac... tic, tac...
Un tic tac tan tóxico que mutó a la mosca
en mosquito y bueno... una aberración de ideas.
Ojos cerrados.
.
.
.
Rojo, no alcanzaba a ver nada más que rojo...
El poco calor que sentía al pensarlo se había ido.
.
.
.
.
¡Desesperación nocturna que mejor terminarla ahogando!
Caminó rápido hacia el baño con azulejos verdes enmohecidos,
abrió la llave del agua fría, verdoza también.
Llenó la tina.
..
..
..
Zumbido agudo.
..
..
..
Sonó el teléfono. Nadie contestó.
..
..
..
Tranquilidad líquida encontrada en
el hundimiento de la vida en una tina.
Preocupado porque no encontró respuesta
en el teléfono fue a su departamento.
Tocó la puerta. Ahí tampoco nadie respondía.
Recordó que después de mucho guardaba la llave.
No había razón para ello, pero lo hacía.
Abrió.
Silencio. Frío silencio.
Muerto el silencio.
Silencio solo, sordo.
Callado y apropiado silencio.
Nada, ya no había vida en esa tina,
en esa cama.
El cigarro número cuatro prendido,
el séptimo café helado, intomable.
Un cuerpo blanco,
más caliente que el alma que lo habitaba
y aún así se sabía igual de muerto.
Congelado.
No, aquí el perdón ya no tenía lugar.
Aquí el cuarto estaba tan lleno de silencio
y de frío y de zumbidos inescuchables
que ya no cabía nada.
Ni arrepentimiento,
ni ganas de abrazar, ni lágrimas,
ni siquiera un te quiero.
..
..
..
Tic, tac. Tic, tac.
Tic, tac. Tic, tac.
..
..
..
Muerto. El amor se había muerto.
Sabina ya se hallaba más viva
que él abrazando su cuerpo en esa tina.
Muerto.
El no haberse dado cuenta antes que
la lastimaba terminó con un mañana,
con un hoy muerto.
Con el te-quiero y el me-di-cuenta-
-ya-que-lo-lamento muertos...
Vivo el frío, vivo el silencio.
Soledad húmeda y a gotas,
lamentablemente latente aún
para los dos.
Desde ahora, en el café, será
una mesa para uno...
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